Tenemos que operar.  A usted le toca ahora decidir si operamos o no.  Tiene que darnos su consentimiento.

  Lo mismo me da;  me es igual ...

El médico contestaría:

¿Qué quiere decir?  ¿Se opera o no se opera?  A mí, esto de ?me da igual? no me dice nada.

Vd. tiene que decidir;  tiene que decirme si quiere que realicemos la intervención que precisa o si quiere continuar como hasta aquí.

Su actitud no tiene sentido, ni para usted ni para mí.

El náufrago sólo tiene dos posibilidades:
 

agarrarse a la cuerda que se le ofrece y salvarse o     bien hundirse en el mar y ahogarse.

Los que van a casarse, o bien pronuncian un "Sí" que les compromete, o por el contrario, dejan de pronunciarlo y siguen como antes.  La

indiferencia no tiene sentido, porque no significa nada.

La paciente que necesita una intervención del cirujano sólo tiene dos opciones:

        o se somete a la operación propuesta por el médico,

        o sigue en su dolencia.

También frente a  Cristo (¡sobre todo, frente a Cristo!) cada ser humano tiene que tomar una decisión de la que no puede escapar.  Afirmar

que no estamos ni a favor ni en contra de Cristo -- como pretenden algunos -- es locura;  porque equivale, en realidad, a una decisión, a una

negativa de hecho.

Cristo viene a ofrecernos lo que no poseemos (salvación):  viene a darnos aquello que más anhelamos y deseamos (vida abundante, plena,

gozosa) y, finalmente, quiere darse a sí mismo, para unirse a nosotros con el brazo de la fe, estableciendo una comunicación personal, íntima,

con cada uno de nosotros.  Responderle:

A nosotros, todo esto ni fu ni fa ... significaría haber escogido la frustración y la muerte.  No nos engañemos:  esta respuesta no afirmaría

nuestra neutralidad -- imposible, por otro lado -- sino nuestra mala elección.  El Señor afirma, sin ambages, que el que no cree en él ya está

condenado.  Nuestra indiferencia es perdición. No tenemos que hacer nada, no tenemos que movernos;  simplemente, basta permanecer

como estamos y así quedar en el estado de condenación en que nos hallamos todos por naturaleza antes de recibir a Cristo en nuestra vida.

Indiferencia no es neutralidad, es locura y perdición.
 

"El que tiene al Hijo tiene la vida;  el que no tiene al Hijo no tiene la vida", dice la Biblia.

eterna, la vida plena y abundante, la única que vale la pena de ser vivida.

Pídele a Dios que quiebre tu indiferencia, que pulverice tu resistencia, que rompa tu corazón de piedra y lo substituya por una sensibilidad

espiritual que se goce en acoger al Señor en tu vida.

¿Sabes que la indiferencia es el pecado imperdonable?  Así lo afirmó Jesús mismo:
 

"El que no es conmigo, contra mi es;  y el que conmigo no recoge, desparrama, por tanto os digo:  Todo pecado o blasfemia será perdonado a los hombres;  mas la blasfemia contra el Espíritu Santo no les será perdonada ... ni en este siglo ni en el venidero" (Mateo 12:30-32).

del alma a Dios.  ¿Qué más podía hacer el Señor que no haya hecho?  Murió por los pecadores, siendo él Justo;  afrontó la agonía de la

muerte para darnos vida, ¿y vamos nosotros a responderle con indiferencia?

Tu indiferencia es el peor pecado, la más monstruosa de las afrentas, porque mantiene cerrada a cal y canto la puerta de una dimensión

inexplorada de tu vida:  el ámbito espiritual que hace posible la comunión con Cristo.

No caben neutralismos:  o la vida con Cristo (vida con sentido y plenitud;  abundante y eterna) o la muerte (con apariencia de vida) sin Cristo.

¿Qué harás tú?  Sabrás vencer tu indiferencia para realizarte plenamente como persona, potenciando tu dignidad humana, en el Señor?

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