LA DINAMICA DE LA FE

El apóstol Pablo escribe: "Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley" (Romanos 3:20).

Y Santiago afirma: "Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras y no solamente por la fe" (Santiago 2:24).

¿En qué quedamos? A primera vista parece que las dos proposiciones están en contradicción. Para algunos es un problema complicado esta cuestión de la fe y las obras; pero leyendo atentamente todo el contenido del Nuevo Testamento la incógnita queda despejada. Pablo hizo gran énfasis en la doctrina de la justificación por la fe, mientras que Santiago subraya el valor de las obras en la justificación. De ahí que se ja llegado a creer que la contradicción era real. Sin embargo, cuando se examinan a fondo los pasajes de Romanos, Gálatas y Santiago, se comprueba que no hay nada que contradiga las enseñanzas de los dos apóstoles, sino que ambos vienen a completar, recíprocamente, una misma verdad bíblica.

Todos los errores y herejías provienen de interpretar un texto sacándolo de su contexto, es decir, yendo a la Biblia, no a buscar lo que la Biblia dice por sí misma, sino lo que uno a veces quiere que diga. La Escritura es una unidad, con un mensaje armónico en todas sus partes. Hay que tener, pues, esto en cuenta: ningún texto fuera de su contexto. Por consiguiente, Pablo y Santiago están de acuerdo. El hombre es justificado solamente por la fe, pero las obras son importantes porque deben ser el producto natural de la verdadera fe. En cierta ocasión había un predicador rústico que decía : "El Evangelio se divide en dos partes: la primera es creerlo, la segunda practicarlo", o sea, vivirlo.

¿Qué debemos entender por Justificación? El conocido teólogo E.Y.Mullins, expone así la doctrina bíblica de la justificación por la fe: "La justificación es un acto de Dios por el cual declara al pecador libre de condenación. Tiene lugar cuando el pecador se vuelve de sus pecados y confía en Jesucristo y en su obra expiatoria de salvación. En el acto de la justificación, el pecador no es hecho justo o santo, pero simplemente ES MIRADO de otra manera por Dios, pues su fe le es imputada por justicia, porque esta fe está depositada sobre Jesucristo el justo, que es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo".

Así, pues, la fe que justifica es aquel abandono de todo nuestro ser en los brazos de Dios y una entera confianza depositada en la obra de Cristo. Entonces Dios, la perdonar al pecador, dado que le concede un perdón real y completo, deja de mirarlo como culpable y lo mira como si fuese justo. Ahora Dios no nos ve tal como somos, sino que nos ve a través de Cristo. Se trata de una justicia imputada que, aunque imputada, es real para Dios y en su influencia. Es la justicia de Cristo aplicada a nuestro favor. (Salmo 32:1-2). Pero esta justicia imputada tiene que llegar a convertirse en una justicia real, es decir, mediante la santificación que debe seguir a la experiencia de la justificación. De ahí la importancia de las obras.

Santiago nos dice en términos muy claros y precisos que la fe sin las obras es lo mismo que un cuerpo sin alma (Santiago 2:26). Podemos decir que sería semejante a un reloj hermoso, un reloj de oro que fuese un verdadero tesoro, pero un reloj sin cuerda. ¿De qué sirve? ¿De qué aprovecha?. Así, también, la fe sin obras carece por completo de valor ante los ojos de Dios y ante los ojos de los hombres.

La verdadera fe es algo más que un sentimiento o asentimiento: es una fuerza dinámica que nos lleva a obrar. La fe viva produce obras. Pero tales obras no son causa de la fe, sino resultado y evidencia de ella. Un árbol debe producir su fruto. Más primero es el árbol (la fe); luego ya vendrán los frutos (las obras) como consecuencia natural. Pero, ¿tienen mérito alguno las manzanas de un manzano?. No habría manzanas si no hubiera árbol. Por lo tanto, el fruto es el resultado natural de lo que es el árbol., Por esta razón resulta imposible que uno que ha nacido de nuevo no viva en buenas obras, porque todo aquel que se ha convertido a Jesús es injertado en la Vid verdadera y una nueva savia correrá a través de él manifestándose en "buenos frutos" (Juan 15:1'5).

La aparente discrepancia entre Pablo y Santiago pronto desaparece si tenemos en cuenta que los dos apóstoles se refiere a dos aspectos distintos de la justificación. Pablo se refiere en sus cartas a los judaizantes, quienes pervertían el Evangelio al mantener que las obras de la ley eran esenciales para la justificación. Santiago, por otra parte, se refiere a un grupo de personas que abusaban de la doctrina de la justificación por la sola fe, y que descuidaban la necesidad de las buenas obras. Pablo nos habla de la justificación del pecador; Santiago nos habla de la justificación del creyente. Pablo pone de relieve la manera cómo es justificado el hombre; Santiago demuestra la necesidad de las obras para probar la realidad de la fe. Las obras nos declaran justos delante de los hombres, pero no nos hacen justos delante de Dios. Las obras son las credenciales de nuestra justificación. La justificación delante de dios produce la justificación delante de los hombres mediante obras.

Además, es interesante observar que cuando Pablo y Santiago citan el caso de Abraham para ilustrar sus respectivos argumentos concerniente a la fe y las obras, apelan a dos momentos bien diferentes de la vida del patriarca. "Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abarra a Dios y le fue contado por justicia" (Romanos 4:3). Notemos: "por justicia", no "para justicia". Aquí Pablo hace resaltar el momento cuando Abraham fue declarado justo por Dios, y se refiere a Génesis 15. Pero cuando Santiago escribe que "Abraham fue justificado por las obras" (Santiago 2:21), el apóstol está mencionando un momento bien posterior: aquel cuando Abraham ya creyente justificado, cumplió su gran obra de obediencia, el sacrificio de Isaac, y recibió

una confirmación solemne de su justificación precedentemente obtenida, apelando nuestro escrito a Génesis 22.

Por otra parte, vemos que las obras que Pablo declara impotentes para justificar no son las que provienen de la fe, sino las que preceden, las que se hacen antes de la fe, y que por esta razón llama obras de la ley. En cambio, las obras de Santiago presenta como necesarias a la justificación, no son las que se cumplen aparte de la fe, sino las que produce la fe y que Pablo llama buenas obras, en oposición a las obras legales. Las obras a las cuales Pablo niega el poder de justificar al pecador, son los esfuerzos del hombre que procura salvarse sin la ayuda de Dios. Las obras de Santiago son la manifestación, el fruto de la fe y el amor por intermedio del Espíritu Santo que habita en el corazón del creyente. Así que, por un lado, Santiago sostiene que el hombre no es tenido por justo delante de Dios, sino en nombre de una fe que produce obras de justicia. Y, por su parte, Pablo, sostiene que el hombre es tenido por justo delante de Dios en nombre de una fe que no ha sido precedida por ninguna obra de justicia.

Pablo y Santiago están, pues, en perfecta armonía doctrinal, en cuanto a la fe salvadora, que como hemos visto es una fe vida que se manifiesta en frutos; de otro modo es simple palabrería, es una fe muerta (Santiago 2:17,20) La fe justificadora de Pablo es un principio vivo, dinámico y generador de confianza, obediencia y santificación, lo cual está de acuerdo con las obras de Santiago que, lejos de ser la raíz de la justificación, son el fruto, expresión y exponente de esta fe. La fe que Santiago condena es un conocimiento estéril, la simple creencia o asentimiento intelectual en la existencia de Dios (Santiago 2:19). Notemos: "¿no ves que la fe actuó juntamente con sus obras, sino se perfeccionó por las obras" (Santiago 2:22) No se trata de fe y obras, sino de fe QUE obra. Por tanto, como ya se ha apuntado, la fe nos justifica delante de Dios; per las obras nos justifican delante de los hombres, porque por ellas damos testimonio de lo que realmente somos: cristianos de fe viva.

Así se comprende bien Efesios 2:8-10. En primer lugar el apóstol declara que somos salvos no por obras, es decir, mediante nuestros propios esfuerzos, sino por la gracia de Dios. Nosotros podemos hacer nuestra la salvación, si por la fe nos la apropiamos. No por obras, sino por al fe. Al aceptar, o aplicarse personalmente la obra de Jesús, uno queda declarado justo (Romanos 5:1), ya que es salvo, ya tiene vida eterna (lª de Juan 5:12; 2ª de Corintios 5:17), y nunca más sufrirá condenación (Juan 5:24; 10:28; Romanos 8:1).

En segundo lugar, dice Pablo que somos hechos a la semejanza de Cristo para buenas obras. Se nos presenta aquí el objetivo para el que Dios nos ha salvador, el móvil, y la meta de nuestra salvación: para buenas obras. Es significativo y es un hecho en el que generalmente nadie piensa - que al convertirnos a Jesús El viene a hacer su morada en nosotros (Apocalipsis 3:20), somos sellados por el Espíritu Santo (Efesios 1:13) e inmediatamente pasamos a ser templo o morada de Dios (1ª de Corintios 6:19; 2ª de Corintios 6:16). En otras palabras: una vez convertido, el hombre que ha sido hecho una nueva creación (2ª de Corintios 5:17) deseará andar en buenas obras, porque el Espíritu de Cristo, habitando en el creyente, es el que produce las obras.

Por eso el apóstol después que ha dejado bien claro en Efesios 2:8 que "por gracia sois salvos por medio de la fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios", añade que hemos sido salvos "para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas". Las buenas obras a las cuales somos llamados está ya preparadas desde la eternidad. Salvo POR la fe, PARA buenas obras. No pueden invertirse los términos. Jamás las obras podrán hacer cristiano a nadie, porque ningún inconexos puede hacer obras suficientemente meritorias para salvarse. No puede brotar agua del manantial seco por el pecado; pero el que ha sido sanado por la mano transfiguradora de Cristo debe ser una fuente que mane agua de vida abundante (Juan 4:14). Si no sale agua se puede bien dudar de que allí haya habido verdadera conversión, pues como ya hemos visto el cristiano ha sido "creado en Cristo Jesús para buenas obras", las cuales, como también ya hemos apuntado, son el fruto del Espíritu Santo obrando en nosotros (Gálatas 5:22-23) y en perfecta armonía con nuestra libertad humana, pues ni la voluntad, ni la personalidad quedan anuladas.

De ahí que una vez uno está en Cristo, la vida cristiana se llena de buenas obras que fluyen naturalmente, en virtud de que Cristo es la savia que alimenta el árbol vivificado de nuestra antigua naturaleza muerta. Como decía Martín Lutero: "no son las obras las que hacen el cristiano, sino que es el cristiano quien hace las obras". De modo que el creyente no obra para ser salvo, sino porque es salvo; no hace las obras para ganarse el Cielo, sino que las hace porque ya lo tiene ganado.

Para concluir debiéramos examinarnos a nosotros mismo y hacernos una pregunta: ¿Qué clase de fe es ,a mía? Y podríamos añadir una oración: "Señor, Tú que tienes para mí obras preparadas desde la eternidad, obras sublimes que han de glorificar tu nombre, ayúdame a descubrirlas y después dame gracia para realizarlas".

Eugenio Danyans.

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